
En verdad que asistí al cine con la premisa de esperar lo peor, puesto que, con sus dos anteriores realizaciones, El cadáver de la novia y El barbero del diablo, el señor Tim, me había dejado con mi hambre de narrativa sin llenar. Antes que nada, y sin afán de ofender a los que toman las obras de Lewis Carrol como su propia biblia, debo decir que esta vez el señor Burton, se esmeró por generar una línea narrativa con sus tres necesarias etapas de un planteamiento, un desarrollo y un desenlace sino inesperado, al menos más afortunado que en sus últimas grandes decepciones. El personaje de una crecida Alicia, con las resacas de una pesadilla contínua durante más de una década, alimentadas por las dos obras del escritor ya mencionado, marcan el silbatazo inicial de salida, para un mundo burtoniano con reminicencias de carácter, emparentadas a su gran obra "Eduardo Manos de tijera". Extraña, ajena al microcosmos dominante, con la herencia genética de un padre incomprendido para sus tiempos y cargando sobre sus hombros, la pesada loza del luto por la pérdida del mismo, la historia de Alicia brinda guiños, a aquella obra de nuestro genio oscuro de los filmes españoles, "El laberinto del fauno", para explicar en su psicología del escape, el tener que recurrir a un mundo paralelo para no caer hecha girones ante la realidad aplastante.
Si bien la peli no es de un negro, más negro que la noche, ni de alcances sombríos épicos, como nos gustaría que tal vez fuera, dadas las características del director en turno, hay que tomar en cuenta que la casa productora de esta peli, y quien tiene los derechos de las obras de Carrol, son los estudios disney, una empresa dedicada al cien a un público infantil y adolescente, por lo que no podríamos esperar un desgarriate visual de oscuridad al estilo Rob Zombie. En contraparte, también habría qué definir los elementos conformantes del discurso cinematográfico Burtoniano (existencialismo para principiantes más unos toques de goticidad para niños) antes de emitir juicios a la ligera, diciendo que la casa del ratón absorvió al padre putativo de Bettlejuice.
Habría también que poner en claro una cuestión, la obra de Carroll no sería tan famosa de no ser por esa primera realización encabezada por Walt Disney de 1951, la cual, no fue posible después de más de un par de décadas de obsecada búsqueda de recursos monetarios, para llevarla a una realidad animada con el trabajo de más de 750 artistas gráficos y cinco directores.
Ahora surge la misma pregunta, como sucede casi siempre que se lleva una de estas obras literarias a la pantalla grande: ¿A qué lector le gusta que se metan con su imaginación, o su particular percepción del mundo fantástico?... Supongo que casi a nadie, por eso es que Burton retoma los personajes de las dos Alicias de Carroll para generar su propia secuela, tomando como supuestos todos los hechos sucedidos en el pasado.
En el renglón tocante a las actuaciones, como ya es una reiterada costumbre, nos volvemos a encontrar con la señora Bonham Carter y el siempre joven, e infumable para algunos, Johnny Depp, que en esta ocasión, en sus papeles de la reina roja y el sombrerero, hacen gala de la rama psicofísica de la actuación chejoviana, siempre tan característica en los filmes de Burton, para brindar soporte al personaje principal de Alicia, una cara nueva del cine australiano, con mucho trabajo aún por desarrollar. Por otro lado, Ann Hathaway, en su papel de la reina blanca, una mezcla de glamour gay y mortuorio, brinda, con su sobreactuados modales, una rara chispa a la peli. Las animaciones de los personajes circundantes son de una chispa loca y mágica sin parangón alguno, destacando las del conejo blanco con brotes psicóticos, el gato con cualidades fantasmales, la oruga pacheca, los pelones imbéciles y las barajas rojas que ahora lucen más sombrías que de costumbre, como si se hubiesen fusionado con jugadores de futbol americano.
La música de Danny Elfman, si bien es algo reiterativa y pan con lo mismo de lo que le conocemos durante su trabajo con Burton, brinda un marco sonoro contenido y adecuado a los cambios dramáticos y atmósfericos de la cinta. Ahora bien, el tema final a cargo de la canadiense Avril Lavigne, la burguesita pseudorebelde absorvida en su totalidad por la cultura pop, viene con un tema no tan malo, a terminar de confundir a la audiencia que esperaba de Burton otra cosa. Le mete una estocada final a este "realizador de culto". Por suerte habrá quienes aprecien el esfuerzo realizado, de eso, estoy seguro. Y los niños... Pregúntele mejor a los niños, que fue el público para el que fue hecho esta película.
Saludos.