martes, 5 de mayo de 2009

Fragmento de la novela "Jardines de Kensington", escrita por Rodrigo Fresán.

Nunca sucedió gran cosa en Kirriemuir, pero desde la muerte de David lo único que ocurre en la casa de Brechin Road es su muerte. Una y otra vez instalada en la cabecera de la mesa familiar, en misa, en todas partes. Barrie elude esa inocurrencia de muerte viva. Barrie se escapa metiéndose adenro de libros. Barrie abre libros como si fueran ventanas, abre libros para dejar paso a la luz de una historia en una vida tan saombría. Barrie sale de allí leyendo y los libros entran en él. Barrie y Robinson Crusoe y Treasure Island y The Arabian Nights en una lujosa edición infantil y sin ilustraciones lujuriosas. Barrie lee historias de viajeros solitarios y de viajeros perdidos. Barrie piensa en su madre como en una reina prisionera. Barrie entra en la habitación de su madre, siempre a oscuras, como si entrara en una cueva del tesoro o en una tormenta en altamar. Entra en libros y los cierra y Barrie se pregunta qué es lo que ocurre cuando un libro se cierra, cuando el cuento que cuenta es interrumpido. Barrie se pregunta cuál es la velocidad de un libro: ¿la velocidad que desarrolló el autor al escribirlo o la velocidad que alcanzan los lectores al leerlo? Es más: ¿se detiene un libro cuando se lo deja a un lado o son los libros máquinas de movimiento perpetuo que funcionan sin necesidad de los lectores? Los libros como motores mágicos que no dejan de impulsar a sus héroes y villanos hacia nuevas orillas y palacios y es por eso que no conviene interrumpir su lectura, piensa Barrie: uno se pierde tantas cosas cuando cierra un libro. Hay noches en que Barrie juraría que oye a los libros conversar entre ellos, mezclarse, contarse sus vidas y sus obras, recordar sus tramas, sus mejores momentos. Barrie piensa que leer es hacer memoria y que escribir, también, es hacer memoria. Los recuerdos del que escribe -los escritores no hacen otra cosa que recordar algo que se les ocurrió o que les ocurrió o que no les ocurrirá nunca, pero que ahora ocurre mientras escriben- se incorporan a los recuerdos del que lee hasta ya no saber dónde empiezan unos y dónde terminan los otros. El escritor como intermediario, como espiritista espiritual, como iluminador de la manera en que los libros son los fantasmas de los escritores vivos y los escritores muertos son los fantasmas de los libros. Y tal vez eso sea la inmortalidad, el no envejecer nunca, se dice Barrie. La tinta como el elixir de la vida eterna que se bebe a través de los ojos, y Barrie piensa que si hay algo mejor que ser escritor, ese algo es ser personaje.

Fresán Rodrigo, Jardines de Kensington, Editorial Mondadori, pp 32 y 33, Barcelona 2003.