lunes, 26 de octubre de 2009

Un tributo al maestro Rubén Bonifaz Nuño

Entrar a la lírica del señor Rubén Bonifaz Nuño, es sin duda descubrir un mundo en el que el amor puede ser peligrosamente dulce, sin llegar a ser asfixiantemente cursi. Ingresar a sus paisajes cálidos, refulgentes de vida, es sin duda, algo, que no deben dejar pasar. Este querido viejo es un hombre que sin dejar la poesía clásica atrás, le habla a los hombres, a las mujeres también, claro, en una forma humana, sin demasiada cháchara distractora, logrando momentos realmente sublimes dentro de la poesía mexicana. He aquí un humilde homenaje a tan grande poeta.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Guadalupe Dueñas



Tiene la noche un árbol y también una mujer hermosa arriba del constelado manto, que según leo en las reseñas del 2002, dejó de respirar nuestro venenoso México el 18 de diciembre de ese año. Sin lugar a dudas el suceso que me hizo conocerla, es tan mágico (guardando su porporcional distancia), como esa tinta latente con la que escribió sus relatos. Así pues contaré, que hace un año, iba yo caminando a la casa de la flaca Nuria, cuando, de pronto, en un puesto de una señora, que se me hacía como Lila Downs con un par de décadas más encima, en el que yo ya había reparado antes, al comprar una edición de Joaquín Mortiz con poemas de Xavier Villaurrutia (Nostalgia de la muerte), me topé con una máscara de látex y tela, que guardaba la peculiaridad de tener cosido por dentro de las cavidades oculares, unos pequeños trozos de tela translúcida de color morado con unas chaquiras pegadas encima. Después de pagar algo así como treinta pesos por la peculiar mascarita, vi en su recortado arsenal de libros, uno con un peculiar nombre, y demasiado llamativo para alguien que se pretende poeta: "Tiene la noche un árbol". Me dispuse a revisar la contraportada y me encontré con una reseña realmente surreal, que solamente una pluma mexicana podría plasmar; y no porqué seamos los reyes del surrealismo, sino porque simplemente nacimos así. Es más, me caen tan bien, que... Pondré dicha reseña escrita por la misma Dueñas, o alguien que se la fusiló sin pedirle permiso:

"Tiene la noche un árbol tras el que se esconde un hombre que solloza con furor de tigre. Hay una niña llamada Mariquita, presa dentro de un pomo de cristal -que en su tiempo guardó chiles de conserva- que provocó que una de sus hermanas tomara una coloración amarillenta por vivir siempre bajo el terror de su existecia. Pululan en la noche de los cementerios ratas calvas que duermen. Circulan también decires populares según los cuales los piojos tienen en la espalda un ojo rasgado de tigre con pestañas verdes... Más hay también, ¡Oh tierra!, una madre que muerde feliz los cachetes de su hijo para sacarle chapas, una niña de la costa que viene al altiplano a mejorar su dicción y que en el fondo lo que quiere es ser sirena, y entre muchas maravillas más, un cuento, "Digo yo como vaca", que explica el feminismo con mayor claridad que los textos de más fama sobre el tema: "Si hubiera nacido vaca estaría contenta. Tendría un alma apacible y cuadrúpeda y unos ojos soñolientos. Triscaría prefiriendo el perfume del trébol a la madura caña. Por bonita habría de cercarme el bramido del toro. Pero yo siempre estaría inmóvil, solemnee, ídolo de la siesta infinita, mientras mis mandíbulas rumiaran suavemente la eternidad de la tarde."

Y sin más preámbulo, la sección "Dibújame un pinche borreguito", les presenta un par de ilustraciones caseras (de Nuria y su servitore), correspondientes al cuento que le da título al libro.




miércoles, 7 de octubre de 2009

Un tributo al maestro Efraín Huerta

Uno de esos magos que apagó sus velas antes de que yo llegara a este, mi Tristito Federal, en el año de 1984, y que influyó en una manera determinante en mi forma de comprender e intentar hacer poesía, es sin duda "El cocodrilo" Efraín Huerta. Llegué a él, gracias a una edición de Joaquín Mórtiz, editada a principios de los ochentas. que estaba casi casi que sin tocar, en uno de los estantes del librero de mi casa. Fue un cariño lento, pausado, de arraigo, como ese que sienten los que son fanáticos de la barranca. No es la suya, por así decirlo, una poesía abrazadora, al contrario, te repele, te reta, te insulta para después hacerte parte de su fuego. Fue precisamente el despecho, la tristeza violenta del abandono, la que me llevó hasta sus letras; no por nada el primer poema que le leí y me caló como cianuro corriendo por las venas, fue su "Cuarto canto de abandono". Y no por nada también, a estas alturas, a más de cinco años de haberlo leído por vez primera, le hago un tributo audiovisual. Espero que sea de su agrado amigos.