viernes, 31 de marzo de 2023

Chicuarotes, la picaresca mexicana del crimen en el siglo XXI



Hace 70 años, Luis Buñuel junto con Luis Arcoriza escribió un guión que abría con un prólogo crítico a la sociedad mexicana en aquella leyenda de película llamada Los olvidados. En dicho discurso de apertura leído por Ernesto Alonso, se dejaba la solución del problema de una infancia quebrada por la miseria a las fuerzas progresivas de la sociedad.

De aquel filme protagonizado por un joven criminal de gran calado apodado El Jaibo y su adolescente amigo Pedro, se encuentra sin duda un reflejo muy nítido y evolucionado por el paso de las generaciones en Chicuarotes, filme de Gael García Bernal, escrito por el guionista Augusto Mendoza. 

Los paralelismos entre aquella película del astro español y esta producción del actor-director-productor mexicano son vastos. Ambas se sitúan en periferias marginales de la actual Ciudad de México (Nonoalco-Xochimilco) donde la figura de la familia ideal mexicana no existe, está rota o aún se conserva o sobrevive en un estado larvario monstruoso, y el fantasma de la miseria es una maldición que a ojos de gente sin educación y sin esperanza de verse transformados por la misma, optan por el submundo del crimen para escapar de su fatal destino.

Mientras que Los olvidados tiene un par de jóvenes criminales realizando pillerías menores como despojar a limosneros y artistas callejeros de su dinero, Chicuarotes tiene a otro par de jóvenes: El Cagalera (Benny Emmanuel) y El Moloteco (Gabriel Carbajal), pasando de un instante a otro de payasitos de microbús a ladrones empistolados que consiguen a la mala el dinero que no pueden ganar con su escaso talento.

La trama de ambas películas se sustenta en la maestría de un guión que sabe desenvolverse como una maquinaria de relojería bien afinada que desencadena sucesos de gran interés y suspenso que no hacen más que sorprender a medida que el filme avanza. 

Para el caso de Los olvidados, es la senda del Jaibo (Roberto Cobo) yendo día tras día a una vida de perdición que lo llevará a la muerte, mientras que Pedro (Alfonso Mejía), aún haciendo todo lo posible por cambiar de vida, no logra el mejor final. Para el caso de Chicuarotes tenemos algo muy parecido: Cagalera, un chico de aproximados 15 años, que vive hacinado en una casa donde el padre es un borracho que golpea a su madre, y sus dos hermanos, unos totales extraños que lo ven como un caso perdido. Y por otro lado, el Moloteco, un chico huérfano de buen corazón y bondad exarcevada, que lo convierten en el monigote manipulable para los fines criminales de su amigo.

Para aquella película de mediados del siglo XX, en el que si bien el asesinato imprudencial ya era la marca de la casa en un joven que perdió un hilo importante con la conmiseración humana, el secuestro no era ni por lejanía de pensamiento una posibilidad en el catálogo para hacerse de un mejor escalafón en la violenta pirámide de las subclases sociales. Para el caso de Chicuarotes, donde el asesinato no es ni por cercanía de pensamiento una posibilidad de los jóvenes criminales, el secuestro sí es una ventana posible para salir de ese barrio que parece no tener una mejor posibilidad de vida para los jóvenes criminales.

Si algo había en el sello de la casa del quehacer buñueliano era su afinidad con el psicoanálisis y lo surreal, en la película de García Bernal con guión de Mendoza, es la actualidad mexicana que no ha abandonado el surrealismo de su tragedia incesante vuelta normalidad, para salpicar su historia con un humor tan genial como macabro.

Cagalera robando la pistola de su padre para conseguir dinero fácil. Cagalera enterándose que puede juntar 20 mil pesos para comprar una plaza en la Comisión Federal de Electricidad y trabajar sin hacer nada durante el resto de su vida. Cagalera en un atraco fallido en una tienda de calzones con el Moloteco y un joven dandy apodado El Planchado (Ricardo Abarca) que termina detenido en un arresto sexual por un par de policías de rebosantes carnes. Cagalera desesperado porque parece que el destino tiene los dados volteados en su contra hasta que encuentra un ser indefenso con el cual puede salir beneficiado al entrar al peligroso mundo de la privación ilegal de la libertad. Y aquí lo peor de todo, su amigo Moloteco, carente de todo amor de familia por ser huérfano, secundando las estupideces de su amigo de toda la vida. En suma, la historia de un par de jóvenes que puede ser tan parecida a la de cientos de encarcelados o liberados de cualquier prisión de México.

Y a pesar de que ambas historias centran sus arcos narrativos en personajes masculinos, son las mujeres en un trasfondo, las que brindan un equilibrio y una mediana entereza a esos protagonistas tan alejados de la cordura humana. La madre de Cagalera interpretada por Dolores Heredia, que es la abnegada señora que aguanta todo el maltrato de su marido con tal de que no le haga daño a sus hijos, o la madre de Pedro en Los olvidados, que a pesar de tener claro que su hijo es un inadaptado que prefiere la vida de los vagos, ella no pierde la entereza para brindarle a sus otros hijos el sustento de un vida humilde pero digna.

La sensualidad innata de las mujeres es también un elemento que en ambas películas hace que los personajes más viles salgan de sus madrigueras para querer traspasar el halo de la pureza femenina. En la película de Buñuel el de la joven Meche (Alma Delia Fuentes), que despierta tanto en el criminal Jaibo los bajos instintos más carnales, como los del Ciego Carmelo (Miguel Inclán). Para el caso de la película de Bernal, el personaje de Sugheili (Leidi Gutiérrez), una humilde joven de familia que trabaja en una estética y tiene la desgracia de ser la novia del Cagalera, además del oscuro objeto del deseo de un peligroso criminal llamado El Chilamil, interpretado demencialmente por Daniel Jiménez Cacho.

Existen muchos detalles por los que Chicuarotes podría ser definida como una de las grandes películas mexicanas del cine contemporáneo hecho en México. No por nada se estrenó el año pasado en el festival de Cannes en Francia con un gran recibimiento del público internacional. Después de un año de haberse estrenado en cine, llegó a Netflix para abrirse camino ante nuevos públicos. De esto y otros temas relacionados al filme, hablo con su escritor, Augusto Mendoza:

Cuando llevaba unos quince minutos de comenzar a ver Chicuarotes me di cuenta que la historia fluía demasiado bien. Que la narrativa era un interesante conjunto sucesos y personajes que no cesaban de generar interés y emoción. Me puse a investigar y me enteré que se trataba de un guión con mucho tiempo de trabajo detrás (más de 10 años). Tomando en cuenta todo este proceso en el que, si bien ya se había mostrado el interés por tu trabajo, ¿no te había dado por tirar la toalla y decir, bueno, creo que ya no se armó la realización de mi guión?

Afortunadamente, desde el primer draft el guión generó interés en varias personas. Ganó en un concurso de la SOGEM y luego fue seleccionado para desarrollo en un taller de IMCINE, donde lo estuve tallereando con la asesoría de Beatriz Novaro. Luego captó la atención de Carlos Cuarón y Juan Elías Tovar y lo estuve trabajando con ellos un tiempo más. Así que, aunque su camino fue largo, siempre hubo gente interesada y eso me ayudó a no perder la esperanza de que eventualmente se iba a filmar.

Por otro lado, me enteré que fuiste el autor de los libretos de Mr. Pig y Abel, proyectos en los que personas como Diego Luna, Danny Glover, John Malkovich, JM Yazpik estaban inmersos. Supongo que Chicuarotes fue un guión que te abrió la puerta a las grandes ligas sin siquiera haberse llevado la preproducción de por medio, ¿cómo viviste todo ese proceso?

Justo así fue, cuando finalmente me compraron el guión en Canana Films para que lo dirigiera Gael, Diego me platicó de la idea que tenía para hacer Abel y la empezamos a trabajar juntos. De ahí siguió la oportunidad de hacer el guión de El Santos vs la Tetona Mendoza y luego Mr Pig. Pero sí, definitivamente nada de esto hubiera pasado sin el guión de Chicuarotes, fue mi boleto para dejar de hacer televisión y empezar a hacer cine. 

En el making of de la película, Gael menciona que la película es una comedia dentro de un gran drama. Y es justo en este detalle que también noté grandes aciertos de tu trabajo como guionista. Escribiste en los linderos de la farsa tu historia para exponer un tipo de juventud rota hasta la médula que intenta salir a flote entre las virtudes del pasado que están por morir (el noble carnicero o la madre abnegada) y las virtudes inciertas del presente (la vida delincuencial) para lograr un futuro “mejor”. ¿Cómo es pues, que pudiste lograr escribir algo que pudiera jugar tantos géneros sin desbarrancarse en el intento?

Yo siempre he creído que fue el humor lo que distinguió al guión de muchos otros por el estilo, así que para mí siempre fue muy importante no perder eso e intentar buscarlo incluso en los momentos más oscuros. La verdad todavía no estoy muy seguro de si sí lo logré, pero el intento se hizo.

¿Qué tanto tu labor como autor, además de tus vivencias y trabajo propio, se ve influenciado por las películas y obras que admiras? De pronto me llegan a la mente películas como Los olvidados en la que encuentro un gran paralelismo con la tuya. El Cagalera que mas que un dechado de virtudes, es un conjunto de defectos que lo convierten en una especie de kamikaze social como el Jaibo. Algo similar a lo que me sucede con el Moloteco, un personaje que de tan inocente y buen amigo, se deja llevar al abismo por terceras personas, justo como Pedro, de Los olvidados. Además de estos paralelismos, encontré otros guiños con Amores perros al momento en que el Cagalera está a punto de escapar en el camión con su chica. O algún otro con Los 400 golpes cuando la misma decide irse corriendo y no acompañarlo en su huida. 

Además de las que mencionas, las otras dos grandes influencias que siempre tuve en mente fueron Mecánica nacional de Luis Alcoriza (guionista de Los olvidados, por cierto) y Sucios, feos y malos de Ettore Scola, justo por su genial mezcla de humor y drama. 

Un personaje inesperado que viene a darle un realce a la historia en un momento culmen es sin duda El Chilamil, un villano que llega sin avisar a robarse las voluntades de todos los involucrados en el filme. ¿De dónde fue que salió este personaje en la elaboración de tu historia y cuál es tu opinión del gran trabajo realizado por Daniel Jiménez Cacho para encarnarlo en la película?

El Chillamil fue un malandro real de Tulyehualco, el pueblo de mi familia, donde era famoso por sus crímenes. Creo que Daniel lo hizo genial y siento que fue una gran decisión castearlo.

¿Cómo fue la relación con Gael? ¿Qué tanto trabajaron en forma conjunta y qué tanto hizo de tu trabajo su trabajo para convertirlo en lo que esperabas, en algo mejor, o en algo distinto?

Fue muy padre, a lo largo de más o menos diez años estuvimos trabajando intermitentemente en el guión, probando cosas y buscando el mejor rumbo que podía tomar la historia. Creo que lo hizo muy suyo y estoy muy contento con el resultado final, se nota mucho el amor que le metió a la película.

¿Cómo le fue a la película en su estreno hace un año con el público en los cines en comparación a la forma en que la gente la está descubriendo y/o redescubriendo a través de Netflix?

Creo que ahora que está en Netflix la está viendo un público más amplio que hace un año que se estrenó en cines y me ha latido mucho su respuesta, creo que la película sigue encontrando a su audiencia y espero que así siga.

¿Qué recomendación le darías a los guionistas que apenas comienzan para poder llegar a tener una proyección a nivel nacional e internacional como la tuya?

Yo les recomendaría lo que siempre dicen en los talleres los maestros de escritura: escriban sobre lo que saben y sobre lo que les interesa, siempre se nota cuando algo está escrito con honestidad y con corazón, y eventualmente alguien se fijará en su trabajo. 


Publicado en el portal de La Zona Sucia el 3 de julio de 2020.

https://www.lazonasucia.com/chicuarotes-la-picaresca-mexicana-del-crimen-en-el-siglo-xxi/


 

“La casa de los jacintos”, una odisea noventera sobre el despertar sexual y la tragedia



“Cometí un crimen,
me enterré los ojos en el cráneo
para espiar mis adentros.
Si nunca menciono pájaros,
mariposas y alguna que otra especie rastrera
es porque no comparo mi felicidad con mi otro yo,
aquello perversamente inventado”. 
Laura Rojas

Conocí a Laura Rojas gracias a un programa radial dedicado a la poesía que tenía Andrés Castuera Micher en Código CDMX hace algunos años. De primera instancia, el fulgor y el arrastre de sus letras me atraparon, por eso, cuando me enteré que había publicado una novela, me acerqué a ella para solicitársela.

Al toparme con el nombre de su primera obra de narrativa larga, La casa de los jacintos, jamás me hubiera me imaginado la odisea que este libro contenía al interior de sus 246 páginas: la vertiginosa vida de una joven llamada Elisa, que en la prepa gustaba de participar en recitales de poesía y era tan normal, genial e insegura como tantas chicas en los años noventa, una época influenciada por el rock que en ese tiempo encabezaban bandas como Caifanes, Santa Sabina o La Castañeda. Agrupaciones que, por cierto, son citadas, mediante algunas de sus canciones en el libro.

La primera vuelta de esta novela contiene una narrativa directa, ágil y femenina con la que desarrolla la manera en que una chica se abre paso a la sexualidad, al mundo del arte por cuenta propia y al mundo de la experimentación con los enervantes; los primeros desencuentros amorosos, y los primeros abusos del género masculino, así como temas de gran delicadeza como el de las enfermedades de transmisión sexual y un tópico que es una de las tramas de guía en la novela: la misantropía materna, o mejor dicho, el odio de la madre hacia la protagonista del libro y cómo este desemboca en una gran tragedia que el tiempo y la escritora (Laura Rojas) habrá de salvar.

La segunda parte de esta obra literaria es más bien un delirio hacia el abismo: la caída de la protagonista en la cárcel, así como su postrero ingreso a un manicomio donde será víctima de cruentas vejaciones. No se pueden dejar pasar de largo la influencia o el recuerdo de narraciones como el cuento del astro colombiano Gabriel García Márquez llamado “Solo vine a hablar por teléfono” de su colección Doce cuentos peregrinos, en el que una chica en plenas facultades mentales es enviada a un manicomio y tratada de la peor manera. O películas como Inocencia interrumpida (Girl, interrupted) o Inocencia robada (Brokedown Palace), ambas películas de 1999, que narran la historia de chicas que un momento límite son llevadas a la cárcel o a instituciones psiquiátricas para poner a prueba su umbral del dolor y su nivel de supervivencia.

La tercera fase de la novela es más bien una especie de salida del infierno en que Elisa se va reconfigurando para no arder ante el olvido de su gente querida, y no solo eso, es también un cambio de mundo, que la lleva no solo a una ciudad que no es la suya: la Ciudad de México, así como a otra, mucho más lejana en Europa.

Conversando con Laura, tras haber terminado de leer su novela, le comenté que hay cosas tan increíbles en su historia que, si no fueran por cuestiones sacadas de la realidad, yo me atrevería a mencionar que son inverosímiles. Pero ella me contó que su novela se inspiró en la historia de vida de una vecina en San Luis Potosí, que tuvo una vida parecida a la de Elisa y que hoy vive en Japón como violinista. 

Para ahondar más en los meollos de esta historia me volví a contactar con la escritora para concertar esta entrevista.

Recuerdo que te conocí siendo poeta, una buena poeta, y de pronto, al escuchar que habías brincado al ring de la novela, tuve mucho interés por conocer tu material. ¿Cuéntame, qué te hizo saltar de un lenguaje tan certero y directo, a uno más bien descriptivo y de largo aliento?

Empecé escribiendo poesía a la par de la narrativa. Al inicio más cuentos que poesía. Ya después, cuando lo hice a nivel profesional, en forma, traía esa inquietud por ambas cosas a pesar de tener una inclinación mayor por la poesía. 

En tu novela noté una larga lista de inspiraciones que hicieron eco en mí. Desde algún poema de Oliverio Girondo que amo desde mi juventud, pasando por algunos cuantos de Leopoldo María Panero, otro más de Jorge Luis Borges, canciones de Caifanes, La Castañeda, Santa Sabina… ¿se podría decir que tu novela, así como la poesía o la música, guardan una cierta métrica, un metrónomo de aliento y un ritmo? De ser así, ¿cómo los definirías en tu escritura de La casa de los Jacintos?

Pienso que La casa de los jacintos” tiene mucha imagen y esa imagen se vuelve un poco rítmica en el sentido narrativo. Como nunca he dejado la imagen a un lado, creo que en esta novela manejo muchas imágenes, mucha poesía y la misma te da ese ritmo y cadencia al momento de leerla. En algunos puntos de la novela, aunque no en todos, sí se nota un ritmo especial por la cantidad de imágenes que posee. Bueno, así yo lo defino, así yo lo quise plasmar.

Hace no mucho tiempo, escuchando una entrevista con Juan Ramón Biedma, uno de los máximos escritores de literatura noir española contemporánea, le escuché decir que una parte primordial de su obra es la arquitectura en la que basa sus novelas. De inicio necesita saber en dónde concluirá todo lo que quiere contar para entonces perfilar a sus personajes para que pongan manos a la obra. Tú, como arquitecta de profesión que eres, ¿cómo ves este método? ¿Para ti es importante delimitar los cimientos de tu obra literaria en un mapa para echar a andar tu narrativa?

Si hablamos de arquitectura y estilos, podría decir que la La casa de los jacintos tiene una arquitectura un tanto churrigueresca por el contenido de lugares… Tantos lugares que se mencionan ahí. Algunos bastante interesantes, cambios de ciudades, escenarios, etcétera. Y creo que sí es importante delimitar o limitar los escenarios de la narrativa. Y sobre todo en los personajes porque yo en la novela la tenía muy armada en mi cabeza. Yo ya sabía quiénes eran los personajes. Cada uno de ellos, su personalidad, sobre todo. Si yo no me limitaba a las acciones en los personajes que interactuaban, podría haberme extendido muchísimo más de lo que lo hice. Los personajes, tal cual se presentan en su estructura, fueron hechos para actuar en función a la historia. 

Tu personaje principal, Elisa, sufre una metamorfosis inquietante durante tu novela por no decir lo menos. Pasa de ser una joven preparatoriana que tiene sus primeros grandes encuentros ante el amor, la sexualidad, la experimentación con enervantes, el maltrato tanto psicológico como físico, hasta cosas realmente densas como llegar a la prisión o ser enviada al manicomio. Obras literarias como algún cuento de García Márquez llamado “Sólo vine a hablar por teléfono”, o películas como Atrapado sin salida del director Milos Forman me vinieron a la mente. Sé que tu novela parte de un suceso de real, me gustaría que me contaras sobre ello, además de todos los elementos que tomaste para generar este tour de force al que sometes a tu protagonista por más de 240 páginas.

Los elementos básicos que tomé para darle forma y esencia al personaje principal que es Elisa, fueron su sentir, qué sintió ella al pasar por una vida llena de violencia. Fue una de las cosas que quise plasmar en la novela. Que sintieran cómo percibió esos cambios, toda esa injusticia y violencia de lo que se maneja en la historia. No tanto por sus acciones, de si actuó bien o mal, de que no fue una heroína, alguien que pudo salvarse de sí misma, sino que el lector percibiera, sintiera y entendiera esa violencia que pasa en contra de la mujer. Que entendiera las razones de una sobreviviente. Esa es la principal intención de la novela con todos los altibajos que tuvo. Y también la de los otros personajes secundarios, no que los odiaran, pero sí que los pudieran comprender. Eso era lo principal de los personajes.

Supongo que una novela es un largo proceso de autoconocimiento y aprendizaje para su autor. ¿Qué aprendiste en toda esta odisea que llevó más de diez años en concretar?

Aprendí a tener paciencia a la hora de editar. Fue un trabajo muy pesado, de muchos años de edición. De cambiar cosas, de estructurar muchos contenidos. De quitar cosas que podrían estar de más, que no ameritaban estar en la novela. Sacrifiqué personajes al ver que ya era un abuso de reparto. Aprendí que escribir una novela es cuestión de tiempo, de dedicarle ese tiempo y de tenerlo porque muchas veces uno no cuenta con la cantidad del mismo para sentarse, aislarse y trabajar en lo que uno quiere hacer, sino que a veces, por cosas que tenemos, quehaceres, no podemos concretar las cosas, y que sí es un trabajo de años, una novela muchas veces va a ser un trabajo de años. Más que escribir, es un trabajo de edición. Tener los personajes y los lugares bien definidos, creo que ese es uno de los aprendizajes que tuve de esta novela.

Elisa es sometida a un proceso arduo en el que tiene que aprender a volar con alas propias en una vorágine bastante maldita. Una cosa que siempre tiene a la mano es el arte, ya sea la poesía o la música en final instancia. Ella hace uso del arte para salvarse, para no verse imbuida en el fango. De pronto pareciera que las canciones y los poemas vienen a salvarla. ¿Cómo la poesía y la música te han salvado a ti de no perecer ante los grandes reveses de la vida?

Sí, la poesía a mí sí me ha salvado hasta de la muerte. Tal vez no en cuestión física, pero sí en cuestiones emocionales, cuestiones de supervivencia. En cosas que pasan, desilusiones, pérdidas tanto materiales, pérdidas sentimentales, pérdidas de todo tipo. Creo que la poesía para mí ha sido una de las fuentes principales de seguir en esta lucha de vida. Yo creo que si no tuviera la poesía tendría la música, o a otra cosa de índole artística. Yo creo que es como ese acompañante que nunca te deja. La poesía ha sido para mí la piedra angular de lo que yo soy. Eso lo tengo muy claro. Muchas veces la poesía encarnada por más que te la quieres quitar no puedes hacerlo. Es una de las cosas con las que siempre me quiero quedar. Y que yo, aunque quisiera quitarla, nunca me va a dejar.

Me gustaría que me hablaras de Vocho Amarillo, la editorial que publicó tu libro. ¿Cómo fue el proceso para que se interesaran en hacerte una de sus voces y cómo fue que te convencieron?

Vocho Amarillo es una editorial independiente que nace aquí en San Luis Potosí y a la par en la Ciudad de México. Yo conocí a la editora y al director hace muchos años y les había comentado que ya había terminado una novela que estaba indecisa de publicar o no. Me dijeron que se las enviara para leerla y si les gustaba, podrían la podemos publicar. Les dije que sí, se las envié, les gustó y así fue como se dio todo.

¿Qué viene pronto en cuanto a tu carrera literaria? ¿Nos podrías dar algún adelanto de tus próximos libros de poesía o novela?

Acabo de terminar un poemario de mediados de este año 2020, ya está terminado. Le faltan algunas que otras correcciones, pero ya está finalizado y también tengo a medias una novela que se llama El país de los odiados que habla de ciertos aspectos psicológicos de las personas. Habla de esta discriminación que hay para las personas que sufren algún tipo de trastorno y todas las consecuencias que provienen de eso: el desprecio, la discriminación, el rechazo, la no inclusión…. Habla sobre esos temas. Ya también inicié otro poemario que no sé cuándo vaya a terminar, pero en eso ando.

Por último, me gustaría que invitaras a los lectores de La Zona Sucia a leer tu novela. ¿Qué la hace novedosa, diferente o de gran interés en tu perspectiva no solo de escritora, sino de asidua lectora?

Invito a todas las personas que adquieran la novela La casa de los jacintos para que encuentren una gran diversidad de narraciones, así como la forma de verse identificados con alguno de mis personajes. También esta historia les mostrará la supervivencia como un acto imprescindible del ser humano, así como la necesidad que tenemos en las relaciones humanas para no terminar de hundirnos. Muchas veces nosotros tenemos esa habilidad, esa resiliencia para poder salir de situaciones límite, pero sí necesitamos de otros para salir de otras formas. Por otro lado, creo que podrían ser de interés el tipo de lenguaje poético que manejo en mi narrativo, siempre plagado de imágenes.


Artículo publicado el 20 de diciembre de 2020 en el portal de La Zona Sucia.

https://www.lazonasucia.com/laura-rojas-la-casa-de-los-jacintos-odisea-noventera-sobre-el-despertar-sexual/ 



 

Daniel Salinas Basave y su aventura samurái en tiempos de la Revolución Mexicana

¿Qué hay detrás de una portada repleta de símbolos como el retrato de un soldado oriental de inicios del siglo XX, una antigua cámara portátil Graflex con capacidad para seis placas fotográficas, una carnada de pesca, una perla y una imagen de Francisco Villa comandando a su poderosa División del Norte en plena batalla? Se trata de El samurái de la Graflex, un libro que mezcla géneros como la biografía histórica y la crónica periodística, para narrarnos la vida de un peculiar hombre nacido en el archipiélago japonés a finales del Siglo XIX: Kingo Nonaka. 

El libro inicia con uno de los personajes más oscuros y sanguinarios de la División del Norte: Rodolfo Fierro, siendo rescatado de una ciénaga que resultó ser su cementerio marino con caballo y botín de oro incluido. Pero la historia no se trata de este villano del bando revolucionario que tuvo el infausto récord de haber generado ejecuciones tumultuarias de orozquistas y federales capturados al por mayor en el matadero, se trata de la odisea de un joven que comenzó su vida siendo un arcaico buzo dedicado a capturar perlas en el pacífico japonés, y que, por azares del destino, viajó a buscar el sueño mexicano en tierras chiapanecas. Cegado por la falsa expectativa de que allende el mar lo encontraría un lugar con tierras de cosecha que el archipiélago en el que vivía no tenía para él, se encontró con un sitio agreste, repleto de inmigrantes y locales que eran explotados en latifundios en calidad rayanas en la más cruenta esclavitud, como las que retrató John Kenneth Turner en su reportaje “México Bárbaro” para The American Magazine en tiempos del gobierno de Porfirio Díaz. 

¿Pero qué tiene que ver todo esto con un hombre que fue condecorado como uno de los héroes de la Revolución Mexicana, otro que fue fundador de la fotografía no sólo documental sino comercial en la naciente ciudad fronteriza de Tijuana y otro que fue uno de los precursores de la dactilografía y la criminalística en México? Lo tiene que ver todo. Como lo dice el escritor de este libro, Daniel Salinas Basave, “Esta es la historia de un hombre que vivió muchas vidas en una sola”.

Antes de convertirse en un novicio enfermero que tuvo la suerte de cruzarse con un herido Francisco I. Madero en pleno inicio de la campaña revolucionaria, este libro nos cuenta las andanzas de Kingo Nonaka, que aún siendo un joven en búsqueda de su sentido en la vida, y después de recorrer de sur a norte la agreste geografía mexicana siguiendo las vías del tren, se encontró con labores tan ingratas en el campesinado y la minería con poca paga, además de peligrosas condiciones de trabajo, hasta llegar a Chihuahua en calidad de un enflaquecido desposeído. Gracias a que una familia samaritana le brinda cobijo, un trabajo y un “nombre cristiano”, es que este muchacho logró pasar de recadero, afanador, ayudante de enfermero y posteriormente enfermero, a una pieza clave de reparto en la naciente revolución que buscó derrocar al dictador Porfirio Díaz. 

Su labor en el frente con una ambulancia jalada por caballos esquivando metralla para rescatar a los heridos en batalla, además de su paso como jefe de enfermeros en el hospital ambulante de la División del Norte, podría ser suficiente para hacer de este personaje una película como la de Hasta el último hombre, dirigida por Mel Gibson, en la que se narró la vida de Desmond Ross, un médico rescatista de guerra que salvó a más de 70 hombres en una batalla en Okinawa en la Segunda Guerra Mundial. Pero la narrativa de este libro va más allá, pudiéndolo comparar incluso como una especie de “Forrest Gump”, que estuvo inmerso en varias actividades que lo pusieron muy cerca de personajes emblemáticos de la historia mexicana como Pancho Villa, Pascual Orozco, Lázaro Cárdenas y hasta el infausto Díaz Ordaz. 

Gracias al paso de Nonaka por Tijuana como barbero, fotógrafo e investigador policiaco, este libro se pueden encontrar interesantes descripciones de aquella Tijuana que fue nombrada La Ciudad del Pecado en plena etapa de la ley seca norteamericana. Un lugar de bogantes casinos, hipódromos, plazas de toros y tugurios donde se paseaban las celebridades de Hollywood y hasta el mismísimo Al Capone. Esa ciudad fue la que acogió a don Kingo por un tiempo como uno de sus hombres con gran proyección social, al ser partícipe en la creación de la primera academia para mecánicos, pero también fue la misma que lo persiguió cuando la Segunda Guerra Mundial y las políticas racistas convirtieron a los nipones en enemigos de la sociedad occidental. 

Todas estas aletoriedades del destino en la vida de Nonaka hicieron que Daniel Salinas se obsesionara con esta historia que le llevó años investigar y ordenar en el papel; y él mismo nos lo platica: “La aleatoriedad está presente en este y otros libros. Es una suerte de obsesión, el dilema entre ser juguete de tragedia griega o capricho del absoluto azar. La historia de Nonaka es como romperle la quijada al destino. Y claro, me apasiona lo improbable, los giros radicales del camino recto, las vueltas de tuerca. Kingo Nonaka se adapta a circunstancias siempre cambiantes y hostiles y tiene una enorme capacidad de adaptación y aprendizaje. La vida lo pone en situaciones límite y sale siempre adelante. Nuestra época actual es un tren bala que muy pronto nos deja atrás, una bestia que devora lo obsoleto con inusitada rapidez y debemos adaptarnos a nuevas formas. Como ejemplo de vida, Nonaka me parece alguien a tomar en cuenta”.

Para armar este rompecabezas, Salinas Basave se entrevistó con Genaro Nonaka, hijo de Kingo, quien años atrás publicó un libro en el que se mostraban los diarios de su padre durante su etapa con la División del Norte. De ellos, el escritor pudo identificar que Kingo era una persona de carácter sobrio que no tendía a dramatizar su vida, hecho que seguramente tuvo que ver con su experiencia en la guerra. Aquí el autor abunda al respecto: “Por lo que leo en sus diarios y por lo que su hijo me narra, era un hombre muy mesurado, observador, silencioso, poco dado a exabruptos o quiebres. Vio morir a mucha gente, vivió en la línea del frente las batallas más intensas de la Revolución, pero lo suyo no era el drama. Aunque era un padre cariñoso y era capaz de bromear en familia, en su vida era un estoico. Frugal en sus gustos y su alimentación. No lo conocí personalmente, pero su familia me dice que mi retrato corresponde a su personalidad.”

Con respecto al nombre de la novela: El samurái de la graflex, y la etimología de la palabra samurái, que mucho antes de convertirse en el sinónimo de un férreo guerrero japonés, era un vocablo que refería al verbo japonés “saburau”, cuyo significado es “servir”, Daniel Salinas nos comenta con relación al hecho de que Kingo Nonaka siempre se mostró como un personaje férreo en su tarea de servir y salvaguardar la vida de terceros: “En el hermético Japón casi feudal anterior a 1854, el Samurái jugaba un rol fundamental. Eran una casta guerrera en todo el sentido de la palabra, algo muy parecido al caballero medieval que es ordenado y que jura lealtad. Fukuoka fue el último foco de resistencia de la última rebelión Samurái contra las reformas del emperador Meiji y la apertura al comercio exterior. Aunque Kingo venía de una familia de agricultores, creció rodeado por la herencia Samurái y creo que a su manera honró el legado”.

Dentro de los recursos narrativos del autor persiste un afán por explicar las circunstancias que dieron lugar a que la aleatoriedad del destino colocara a Kingo de este lado del pacífico. Por eso es que, en la primera parte del libro, se genera una analepsis narrativa para brindar un amplio capítulo sobre aspectos historiográficos que vinculan el viaje del protagonista desde Fukuoka a una expedición científica mexicana, realizada décadas antes, para un avistamiento astronómico en el país del sol naciente que terminó generando un convenio de libre tránsito entre nipones y mexicanos durante el breve gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada.

Y como Salinas Basave no es exclusivamente un escritor dentro de la rama periodística –ya sus novelas y ensayos dan cuenta de ello–, dentro de su peculiar narrativa podemos identificar ciertos puentes entre la literatura y la historia, que en el caso de Kingo Nonaka, da para traer a colación a dos compatriotas de la tinta nipona: el clásico Ryunosuke Akutagawa, autor del famoso cuento “Rashomon”, y el contemporáneo Haruki Murakami. Para el caso, el tijuanense termina la entrevista mencionando que estas alusiones le sirven en función de brindar “Contexto, trazos para crear un mural y tender puentes, hacer guiños. Confieso que una gran influencia estructural para este libro fue el trabajo de Patrick Deville, quien al contarte la historia de William Walker, te habla de Sandino o de Ernesto Cardenal, y al hablarte del médico Yersin (el descubridor de la bacteria de la peste) traza paralelismos con Rimbaud”.

Publicado originalmente el 19 de marzo de 2020 en la el portal de La Zona Sucia

https://www.lazonasucia.com/daniel-salinas-basave-y-su-aventura-samurai-en-tiempos-de-la-revolucion-mexicana/