
Debería tener el libro aquel que me robó algun par de semanas en el año de 2007 para hablar, como se dice, con los pelos de la burra en la mano. Pero no es así. Sólo tengo esta memoria, que se desvanece con el paso de los días, y después de todo sólo queda un rastro de ceniza y algún rostro desteñido.
Entré por la puerta, modestamente grande, para leer a uno de los autores comteporáneos más novedosos y macabros de la lengua detectivezca española, vía "El imán y la brújula"; una historia que se comienza con el andar de un asesino en serie, que mata no porque sea una apéndice del diablo en la tierra, sino porque cree, firmemente, que con la sangre caliente de niños pequeños, podrá curar un mal terminal que aqueja a su hijo. Si bien, lo que sigue es un cambio abrupto, una ruptura total en la línea narrativa, otra historia de plano, para los que tengan ganas de quedarse después de esa "breve confusión", la novela cobra un sentido vertiginoso de fuerza e intriga, que pocos, de los poquísimos autores de novela negra que he leído, me han generado.
Después de un par de semanas de no saber hilar la entrada del secuestro de la hija de un militar español; la aparición de un hombre fino y viejo, mago, y con un conejo de la suerte; un nutrido grupo de matones afromusulmanes, me dispuse a retomar la lectura e hilar la telaraña que más que viajar a un centro, parecía abrirse como un laberinto con muchos caminos y pocas salidas. Entonces me encontré con Éctor Mena, un militar desertor de la guerra en contra de los marroquíes, oriundo de una Sevilla en ruinas y en proceso, que fue encargado a recuperar dos cintas de corte Snuff y profano, en las que se pusieron en escena una combinación de alegorías evangélicas, con la pornografía más sádica y enferma que jamás se hubiera visto en el quéhacer cinematográfico de los años veintes españoles. Así pues, el andar de Mena, encarnación del héroe existencial por excelencia, comienza a coger un rumbo después de dar con una sobrina de los Saturnianos, una cofradía de adinerados y cultos parroquianos en pos de llevar a sus máximas los postulados del marqués de Sade, que dicho sea de paso, son los realizadores de tan controversiales, clandestinas películas. En su camino por la obtención de dichas cintas, este cobrador de presas compartirá camino con un jotísimo y entrañable personaje, un bizarro de Oscar Wilde, que por desgracia quedará destripado en el camino.
Esta novela, contiene en suma, una galería de personajes al parecer imposibles para nuestra realidad, pero muy posibles, pornográficamente posibles, para aquello que se sucede en las actualidades, debajo, y arriba de nuestros pequeños mundos. La labor de Biedma como escritor, es conjuntar en una especie de refinado escenario de Serie B, elementos grotezcos con aromas sólo respirables en nuestro mercado de Sonora, viscerales sentires estomacales y aquello otro que podría denominarse del olvido, o de eso que se quisiera no pensar para no hendir más el cuchillo que un día, sin saberlo nos tragamos. ¿Qué hace el diablo cuando nos vamos tan cansados a nuestras camas?