Dadas las circunstancias
cualquier persona podría decir
que no aprendí lo básico
en la vida.
Que los cordones cernidos
sobre los zapatos de la cordura
no logré amarrar
con suficiente presteza,
que apenas miro al cielo
descalza el alma corre
sobre antiguas, nuevas
falacias de amor peregrino.
Que me regresen a la primaria
porque no aprendí de las matemáticas
a sacar la suma esencia,
la resta ética,
la división fragmentaria
en que la sangre humana
es a la vez impulso,
para dos corazones que viajan
a la velocidad del sonido.
Que me regresen a la primaria
y me enseñen, no debo
andar buscando como perro
el aroma de las feromonas:
esas avispas iridiscentes
de húmeda luz salina
que vuelan por debajo
de las faldas de las niñas,
ahora frugales mujeres,
peligrosas vírgenes
de templos prohibidos,
para la bestia encerrada
que mora en la prisión
de mi cuerpo.
Que me regresen, lo imploro,
y en verdad lo pido,
pongan en mi cabeza
esas ingénuas canciones infantiles
que enseñan sin recato
a los niños de primero,
una moral sencilla,
sin preguntas...
Ahora quiero tan sólo ser
lo que la gente
considera ser "bueno".
Que me expongan
al frente del salón de clases
y pinten sobre mi cabeza
enormes orejas de burro
y en mi boca
con los granos de una mazorca
simulen largos,
tozcos dientes de conejo;
pues me siento tan deshonesto,
tan fuera de lo que un día
consideré mi sitio,
como pequeño niño que no entiende
como un terco lobo
que se aferra a parecer cordero.
viernes, 18 de junio de 2010
domingo, 6 de junio de 2010
Debajo La Ciudad de los Negros Palacios (Parte primera)
Nos han acusado de hacer
las cosas más estúpidamente
extrañas; desde negar
la transfiguración, decirnos
herejes por no querer profesar
la religión del capitalismo
y hasta de robarnos la fórmula
con la que su todopoderoso
Jesucristo, convirtió el agua
en vino.
Nos han dicho conspiradores,
propagadores de la pereza
y creen que su indiferencia
o el asesinato de manos limpias
por debajo de la mesa,
nos hará desvanecer como el cáncer
que presumen, somos.
Son tan tolerantes
que han dejado mezclar
nuestra sangre impura
con la sed de los animales.
Nos han menospreciado
y enarbolan en su discurso
una democracia construída
para gobernar monos.
No necesitamos un nombre
para escondernos, ni la sombra
de una iglesia para apostar
nuestro olvidado sentido
de pertenencia. Nuestro padre
y nuestra madre sopla, llama,
agua y luz se manifiestan.
Los signos están puestos
la naturaleza y los ancestros llaman
en el canto de los árboles
al ser mecidos por el viento,
en la visión de los gigantes
delinéandose en una ténue
línea, negando la aversión
trazada por el manto de gas
veneno cernido en el invernadero
que es la gran ciudad.
las cosas más estúpidamente
extrañas; desde negar
la transfiguración, decirnos
herejes por no querer profesar
la religión del capitalismo
y hasta de robarnos la fórmula
con la que su todopoderoso
Jesucristo, convirtió el agua
en vino.
Nos han dicho conspiradores,
propagadores de la pereza
y creen que su indiferencia
o el asesinato de manos limpias
por debajo de la mesa,
nos hará desvanecer como el cáncer
que presumen, somos.
Son tan tolerantes
que han dejado mezclar
nuestra sangre impura
con la sed de los animales.
Nos han menospreciado
y enarbolan en su discurso
una democracia construída
para gobernar monos.
No necesitamos un nombre
para escondernos, ni la sombra
de una iglesia para apostar
nuestro olvidado sentido
de pertenencia. Nuestro padre
y nuestra madre sopla, llama,
agua y luz se manifiestan.
Los signos están puestos
la naturaleza y los ancestros llaman
en el canto de los árboles
al ser mecidos por el viento,
en la visión de los gigantes
delinéandose en una ténue
línea, negando la aversión
trazada por el manto de gas
veneno cernido en el invernadero
que es la gran ciudad.
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