viernes, 18 de junio de 2010

Que me regresen a la primaria

Dadas las circunstancias

cualquier persona podría decir

que no aprendí lo básico

en la vida.



Que los cordones cernidos

sobre los zapatos de la cordura

no logré amarrar

con suficiente presteza,

que apenas miro al cielo

descalza el alma corre

sobre antiguas, nuevas

falacias de amor peregrino.



Que me regresen a la primaria

porque no aprendí de las matemáticas

a sacar la suma esencia,

la resta ética,

la división fragmentaria

en que la sangre humana

es a la vez impulso,

para dos corazones que viajan

a la velocidad del sonido.



Que me regresen a la primaria

y me enseñen, no debo

andar buscando como perro

el aroma de las feromonas:

esas avispas iridiscentes

de húmeda luz salina

que vuelan por debajo

de las faldas de las niñas,

ahora frugales mujeres,

peligrosas vírgenes

de templos prohibidos,

para la bestia encerrada

que mora en la prisión

de mi cuerpo.



Que me regresen, lo imploro,

y en verdad lo pido,

pongan en mi cabeza

esas ingénuas canciones infantiles

que enseñan sin recato

a los niños de primero,

una moral sencilla,

sin preguntas...

Ahora quiero tan sólo ser

lo que la gente

considera ser "bueno".




Que me expongan

al frente del salón de clases

y pinten sobre mi cabeza

enormes orejas de burro

y en mi boca

con los granos de una mazorca

simulen largos,

tozcos dientes de conejo;

pues me siento tan deshonesto,

tan fuera de lo que un día

consideré mi sitio,

como pequeño niño que no entiende

como un terco lobo

que se aferra a parecer cordero.

domingo, 6 de junio de 2010

Debajo La Ciudad de los Negros Palacios (Parte primera)

Nos han acusado de hacer
las cosas más estúpidamente
extrañas; desde negar
la transfiguración, decirnos
herejes por no querer profesar
la religión del capitalismo
y hasta de robarnos la fórmula
con la que su todopoderoso
Jesucristo, convirtió el agua
en vino.

Nos han dicho conspiradores,
propagadores de la pereza
y creen que su indiferencia
o el asesinato de manos limpias
por debajo de la mesa,
nos hará desvanecer como el cáncer
que presumen, somos.

Son tan tolerantes
que han dejado mezclar
nuestra sangre impura
con la sed de los animales.
Nos han menospreciado
y enarbolan en su discurso
una democracia construída
para gobernar monos.

No necesitamos un nombre
para escondernos, ni la sombra
de una iglesia para apostar
nuestro olvidado sentido
de pertenencia. Nuestro padre
y nuestra madre sopla, llama,
agua y luz se manifiestan.
Los signos están puestos
la naturaleza y los ancestros llaman
en el canto de los árboles
al ser mecidos por el viento,
en la visión de los gigantes
delinéandose en una ténue
línea, negando la aversión
trazada por el manto de gas
veneno cernido en el invernadero
que es la gran ciudad.