sábado, 23 de febrero de 2008

Las ciudades imposibles

Este es el primero que dediqué a mi hermana. Es pésimo saber que la gente tiene que partir a otros espacios fuera del cuerpo humano para comenzarle a dedicarle escritos como estos. Pero bueno, así es la vida, y amo a mi hermana, en donde quiera que ahora se encuentre.

Bajas mareas de sangre intoxicada
renuevan a intervalos
las labores del olvido y el recuerdo.
Porque ya no sé si estuviste en la lucidez
o en la vigilia de mis sueños.
Y mi mano ya no encontrará cabida
en las tuyas que ahora son joven memoria
de cenizas encriptadas en una cajita.

Puesto que las ciudades imposibles
ahora serán más imposibles que nunca,
y sus banquetas ya no registrarán nunca tus pasos,
ahora eres parte de mi cielo protector
que caminamos tantas veces unidos bajo un mismo canto.

El eco de los lugares
que estuvimos siempre a un mismo lado
será el réquiem sinfonía
atravesado de dolor y blancas sonrisas,
trayendo a cuenta los momentos
en que estuvimos dimensionalmente atravesados.
Tiempos en que fuiste colibrí
y yo el oso de la tregua en la temporada abierta,
en que los cazadores no se atrevieron a interrumpir
nuestro camino,
nuestros pasos.

Hasta pronto mi pequeña, se ha roto todo límite;
vuelas en altas y blancas mareas,
el cielo ahora te acoge en sus brazos.

Miércoles 28 de febrero de 2007